ANA KARENINA
- lorenzo pappagallo
- 2 jun 2017
- 3 Min. de lectura
De León Tolstoi
Adaptada por Armin Petras y dirigida por Francesco Carril

Sobre la obra
Me es difícil escribir sobre la puesta en escena que voy a realizar de la célebre novela de
León Tolstoi. A veces pienso que lo que realmente importa era lo que sucedía en mi vida
durante el proceso de creación: qué libros leía, con quién me enfadé, cuál era mi grupo
de amigos, con quién rompí una relación de pareja... Al final, creo que soy la persona
menos indicada para hablar sobre mi trabajo. Lo que por ahora sé es que cada vez que
pienso en Ana Karenina me vienen a la cabeza estos versos de Juarroz:
El amor se trunca a veces
como un miembro amputado,
pero el vacío sigue haciendo sus gestos,
que tal vez alguien reciba.
Aunque el amor se vaya,
el hábito de amar se alarga siempre.
Por eso no es extraño
que si el amor retorna
sus gestos se entremezclen
con los gestos anteriores.
Y aparezcan amores
que vagan por el mundo
con gestos duplicados,
amores que parecen dos amores.
No es raro, por lo tanto,
que confundamos un amor con otro
y hasta amemos aquel que ya no está
en lugar del que está.

Y estas palabras de Julian Barnes:
“Yo creo que puedes amar a dos personas a la vez y seguro
que te gustan de forma diferente y eso no quiere decir que
un amor sea verdadero y el otro falso. Me acuerdo que una
vez mi madre me dijo, no sé si a cuento de una relación o
hablando de cuando conoció a mi padre, me dijo: el corazón
se ha enternecido y eso es peligroso. Yo creo que lo que
quería decir es que estar enamorado propicia que te
enamores. ¿No es una paradoja increíble? ¿No es una verdad
increíble?”
Ana Karenina es un intento de definir qué significa amar. Después de una hora y media
de función, Ana aún dice: El amor es... el amor es... el amor es... Son sus últimas palabras
y, de algún modo, parece que ha fracasado en su intento. El amor como concepto se ha
vuelto trivial. Es difícil hablar sobre él o ponerlo en escena sin que haya cliché o
superficialidad de por medio. Me parece que en la versión de Armin Petras esto no
ocurre. De algún modo, mi puesta en escena trata de ser una especie de investigación
casi arqueológica sobre qué significa amar y de cómo nos comportamos cuando amamos. Digo arqueológica porque los personajes “reviven” momentos de sus vidas y, a
la vez, analizan en el presente sus acciones. De alguna manera llevan a cabo una tarea
casi científica. Escena tras escena, no se habla de otra cosa sino de qué hace el ser
humano cuando ama y cuando no es amado. Una de las preguntas que me hago con
esta puesta en escena es: ¿El amor nos hace más libres? Si pensamos en la amistad,
pareciera que esta fuera una crítica al amor, nos entregamos a ella sin necesidad de
beneficios ni de las gratificaciones implícitas en lo erótico. La amistad, como dice
Steiner, podría definirse como el acto gratuito, pero profundamente significativo, de
quienes están en libertad.

En primera persona
Dos cosas me han atrapado de la versión de Ana Karenina de Armin Petras. La primera
es que está escrita sin signos de puntuación. Cuando lees el texto, entiendes que esta
forma de escritura hace palpable y audible que los personajes están perdidos, como si
pareciera que nunca encuentran las palabras para decir lo que realmente quieren. Como
si la palabra fuera en sí mismo un fracaso. Empezar a hablar para no saber a dónde
llegar. La segunda es que bastante frecuentemente los personajes hablan de sí mismos
en tercera persona y tratan de explicarse a sí mismos (¿quizá también al espectador?)
sus acciones. Como si a través de sus actos, trataran de comprender mejor quiénes son.
Como si comprendieran que no podemos controlar y entender lo que sentimos, pero sí
lo que hacemos.
Francesco Carril
Director de Ana Karenina
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